JUGUETES: Susurros - y 7, por Wendy

- No pasa nada raro, tranquilos, son todo alucinaciones suyas por culpa del agotamiento… - Lucía bajó la mirada hacia sus manos que reposaban sobre las rodillas. Rosa, una de sus cuñadas le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. – No, no… Estoy bien, de verdad… Carlos es un hombre bastante responsable y constante, seguro que seguirá las indicaciones que le hizo el médico y no pasará nada más… - en el fondo lo decía sin convencimiento y eso se le notaba porque no sabía esconder sus sentimientos, era incapaz de mentir o disimular, siempre como una mujer de cristal transparente.
- Pero – Ricardo, su hermano mayor, se irguió un poco en el sillón para alcanzar la tacita de café,  -  ¿esto le había ocurrido alguna vez antes? – preguntó, dando un pequeño sorbo mientras esperaba la respuesta.
- No… jamás había hecho estas cosas… - respondió Lucía tras meditarlo uno instante. - Eso sí, cuando escribe una novela se mete en ella en cuerpo y alma y, a veces, le cuesta desconectar para volver al mundo real y nos llama con los nombres de los personajes o pregunta cosas que no tienen sentido, pero al instante se da cuenta y bromeaba diciendo que algún día se quedará encerrado en una de sus historias… - hundió la mirada mientras se alisaba la falda con sus manos húmedas del sudor - …y eso es lo que parece que ha ocurrido… - murmuró.
- ¿Qué?... – preguntó Rosa.
- Nada, nada… estaba pensando en voz alta.
- ¿Sobre qué está escribiendo? – indagó José, el hermano pequeño.
- No lo sé… nunca nos lo dice… En el fondo es algo  supersticioso sobre sus nuevas obras…
- ¿Sí?... ¿Por qué? – interrogó Carmen, la otra cuñada.
- Tonterías de escritores. Dice que si habla de su trabajo antes de que esté acabado, éste se gafa y ya no sale como debía… Tonterías…
Una hora antes, viendo los agentes que la supuesta desaparición de la niña simplemente había sido producto de la imaginación, no muy centrada, del padre, decidieron llevarlo hasta un centro de salud para que le revisaran, pero ante el cariz violento y desequilibrado del hombre, prefirieron llamar a una ambulancia para el traslado. Sin embargo, cuando los sanitarios llegaron, ya se había calmado y no hizo falta administrarle ningún sedante. Carlos se dejó llevar y hacer, colaboró perfectamente con todo lo que le pidieron y reconoció que estaba sufriendo un periodo de presión por la entrega inmediata de una novela que no se dejaba concluir… Sin embargo Lucía le conocía bastante bien y no le creyó, pero guardó silencio. Como no había mucho más que hacer, aparte de concitarle una visita con el especialista, se volvieron para la casa, la cual encontraron, para su sorpresa, llena de vecinos esperando alguna nueva noticia de primera mano… y es que en los pueblos, ya se sabe…  Los hermanos de Lucía y sus cuñadas se habían hecho cargo de todo con bastante eficacia a base de medias verdades y pequeñas mentiras y, así, una vez los vieron aparecer, los más próximos ofrecieron sus servicios ante cualquier eventualidad y sus buenos deseos para el futuro y regresaron a sus respectivos hogares satisfechos con la convicción del deber cumplido.
Las niñas, todavía en pijama, recibieron a su padre desde la puerta de la biblioteca sin decidirse a acercarse, por lo que fue Carlos quien lo hizo y entonces ellas se abalanzaron sobre él gimoteando.
- Tranquilas, pequeñas, no me pasa nada, sólo que estoy cansado y se me ha ido un poco la cabeza, eso es todo – las acompañó hasta el sofá donde se sentaron los tres. – Ahora arreglaros y que mamá os lleve a compraros esos vestidos para mañana, ¿vale?
- ¿Cómo vamos a ir? – atajó la madre. - ¿Te vamos a dejar solo en casa ahora?
- ¡Pero si estoy bien!, ¡te lo aseguro!... Sólo ha sido un trastorno pasajero… Mira, hasta el lunes ya no vuelvo a escribir, me tomaré estos días de descanso, la verdad es que he estado demasiado metido en esa novela durante muchos días y no me vendrá mal alejarme de ella un poco.
- No me parece bien dejarte solo. Tienen muchos vestidos y nadie aquí sabrá si son nuevos o no.
- Mamá tiene razón, papá – intervino María. – A mí me da completamente igual ir que no.
Lucía frunció el ceño, pero no dijo nada.
- ¿Queréis que las acompañe yo? – se ofreció Rosa. – No tengo nada que hacer hoy y éste – señaló a su marido – se las podrá arreglar sin mí al menos un día.
- ¡Ni que yo fuera tan inútil! – protestó José y todos rieron más relajados.
- No, no, no… - Carlos se puso en pie. - ¿Voy a teneros que aguantar todo un día detrás de mí vigilándome como si fuera un anciano despistado?... ¡De ninguna manera!... Mirad, ¿sabéis lo que voy a hacer?... Ahora me voy a cambiar de ropa y, mientras vosotras os vais a la ciudad, yo acabaré de arreglar el jardín para mañana. ¿Qué os parece?
- ¿De verdad, papá, que te encuentras bien? – preguntó Lucía con algo de remordimiento.
- ¡Claro, cariño!... ¡Ale, subid a vestiros y comprad los trajes más bonitos de la ciudad para las dos chicas más guapas del mundo!
Y subieron los tres entre risas persiguiéndose por las escaleras.
- Me he tomado la libertad de hacer café, vamos a tomarlo ¿no? – propuso Carmen.
La primera en bajar fue María, muy seria y pensativa, tomando asiento al lado de José, su tío preferido, el más joven y el más parecido a ella, según su madre.
- Tío Jose – le dijo en voz baja para que no le escucharan el resto, - tengo algo que contarte.
- ¿Qué te pasa, preciosa? – preguntó el otro también susurrando.
- Aquí no, vamos al jardín – y se vuelve hacia su madre. – Mamá, voy a enseñar al tío Jose lo que estamos montando en el jardín.
- ¡Y a los demás que nos zurzan! – protestó Ricardo.
María corrió hacia é y le estampó un sonoro beso en la mejilla.
- No seas celosillo, es que quiero contarle una cosa y tú ya eres un poco viejo para eso.
- ¡Pues mira, me lo acabas de arreglar! – reprochó el tío.
- No te enfades, hombre, ¿no ves que son iguales?, ellos se entienden bien… – intervino Lucía entre risas. – Parecen más hermanos que tío y sobrina.
Afuera la mañana, ya bastante avanzada, era radiante y el calor abrazaba con fuerza. María y José se acercaron hasta uno de los bancos dispuestos bajo la sombra de los pinos.
- Y bien, ¿cuál es el problema? – preguntó el tío.
- Vas a pensar que estoy loca, pero tengo que contárselo a alguien – respondió la sobrina.
- Que estás loca ya lo sé, ¡estás como una cabra!
- No, en serio… - Tomó asiento en el banco y señaló hacia la parte superior de la casa. – Mira, ¿ves el ático que arregló papá?
- Sí, ha quedado estupendo.
- Pues bien, ahí, te lo juro, he visto unos niños bastante extraños y misteriosos…
- ¿Qué dices?... – José la miró con desconcierto.
- ¡Es verdad!, te lo aseguro… Y anoche, la pesadilla que dicen que tuve, no fue tal pesadilla, la niña estaba sentada al borde de mi cama y me susurraba al oído… - soltó María bastante agitada.
- ¡Deja de tomarme el pelo! ¿Vale?
- ¡Qué no, tío, qué no!... No te estoy mintiendo. En esta casa pasan cosas muy raras y parece que sólo yo las veo, y ya sabes que a mí estas cosas me afectan poco, pero… después de lo de papá de esta mañana… estoy empezando a tener miedo.
- Cariño, tú siempre has tenido mucha imaginación y no creo que…
- ¡Mira, mira, mira!... – le cortó María levantándose de golpe y señalando hacia las ventanas del ático.
José se volvió y miró en aquella dirección. Un desagradable estremecimiento se apoderó de su cuerpo y, sin pensárselo, se dirigió a toda velocidad hacia la casa mientras María se quedaba atónita mirando los cuatro rostros sonrientes que se veían en la ventana central de la planta más alta de la casa. Oyó como su tío gritaba:
- ¡Ricardo, ven, sígueme!
Y los pasos rápidos de estos perdiéndose en el interior de la casa… Y a su madre preguntar:
- ¿Qué pasa?
Y los pasos de las tres mujeres perdiéndose también en lo profundo de la vivienda… Y el ruido de cristales rotos, y el reflejo del sol en los en la lluvia de estrellas fugaces que se atomizaban sobre el suelo, y la pequeña nube densa y oscura que se precipitaba hacia el vacío con un alarido de trueno y que se agrandaba por segundos, por décimas, hasta chocar contra el césped húmedo y recién cortado donde, tras el impacto seco, casi sin ruido, el tiempo pareció detenerse… y un grito, dos gritos, tres gritos… miles de gritos desde el cielo… y los rostros, ahora seis, sí seis rostros desencajados, atónitos, incrédulos que miraban desde el ático… y algo que desde dentro quería salir y no podía haciéndose enorme dentro de su pecho… y luego… la oscuridad.


Fin del Prólogo

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