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Rollo de Josué, siglo X. |
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Escudo Imperial de Bizancio |
Tras la muerte del emperador Teodosio en
el año 395, el Imperio Romano se dividió definitivamente en dos partes: el
Imperio de Occidente, que desapareció bajo las invasiones de los pueblos
bárbaros hacia el 476, y el Imperio de Oriente, más conocido como el Imperio
Bizantino o, sencillamente, Bizancio. Éste se ubicaba en el Mediterráneo
oriental y su capital estaba en la ciudad de Constantinopla, la actual
Estambul, teniendo una vida bastante más larga que su hermano occidental,
aunque muy azarosa, pues a pesar de sus constantes luchas, sobre todo contra
los ejércitos islámicos, duró hasta el año 1453 cuando Constantinopla fue
tomada por las tropas otomanas.
La cultura de Bizancio se diferenciaba de
la del Imperio de Occidente en que tenía un carácter marcadamente helénico,
desplazando la lengua griega al latín como idioma oficial, sin embargo la
denominación de Imperio Bizantino nunca fue utilizada por ellos mismos pues se
consideraban los verdaderos herederos del Imperio Romano y así se denominaban: Βασιλεία
Ῥωμαίων (Basileia Rhômaiôn = Imperium Romanun) o Ῥωμανία (Romania) y ello
marcará también a las formas de su arte, enraizadas con fuerza en las
tradiciones y culturas helenísticas, en la religión cristiana y en la
influencia oriental.
El arte bizantino se caracteriza por su
ornamento y suntuosidad, sobre todo en los muros, altares y cúpulas de templos
y palacios, que ponía de relieve el atributo casi divino del Emperador, quien
ostentaba los poderes político y religioso en su propia persona. Surgida de la
evolución del arte paleocristiano, es en la pintura donde podemos observar sus
creencias, sus formas de vida y su cotidianidad con más perfección que en el
resto, sin embargo, la mayor parte de esta producción fue destruida durante las
disputas religiosas , la iconoclasia, que tuvieron lugar en dos periodos
distintos de su historia: el primero entre los años 730 a 787 y el segundo
entre el 814 y el 842, por lo que gran parte del fondo existente se encuentra
en lugares que estaban fuera del control bizantino en aquellos momentos, como
Italia, el Próximo Oriente o las naciones eslavas.
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Icono de la crucifixión en Santa
Catalina del Sinaí, siglo XIII. |
Las pinturas bizantinas eran consideradas
como verdaderas reliquias e, incluso, se les tenía como la pura materialización
de lo divino o como apariciones milagrosas (teofanía) y sus representaciones,
según muchas leyendas, estaban realizadas, no por manos de artistas humanos,
sino por verdaderos prodigios de origen divino, por lo que tenían poderes
sobrenaturales y extraordinarios.
Cinco son los métodos más importantes de
la pintura bizantina: los iconos o pinturas sobre tablas, el temple, el fresco,
la iluminación de pergaminos y el mosaico, siendo este último uno de los más
característico y conocidos de ella.
La técnica representativa es bastante
inexpresiva resolviéndose en figuras demasiado rígidas y angulosas, con rostros
de mirada frontal y a la derecha del espectador, con ojos grandes y abiertos de
apariencia serena y solemne, figuras estilizadas, por lo general, en exceso y
en posición erguida sobre sus pequeños y puntiagudos pies, y casi siempre con
los brazos haciendo algo o cogiendo algún objeto, con los pliegues de sus
túnicas demasiado rectos e incluso paralelos y plegadas sobre el brazo
izquierdo. Los cuadros son rematados por diversos ornamentos en forma de guirnaldas
o grecas, franjas donde se repite el mismo motivo, decoradas con motivos
vegetales o filigranas.
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Mosaicos del lado norte de la nave central de San Apolinar Nuevo (escenas de la vida de Cristo, comitiva de las vírgenes mártires, reyes magos y Theotokos). |
El mosaico, a diferencia del arte romano
que lo usaba para revestir suelos, era utilizado para la decoración de paredes
y como vehículo de transmisión del mensaje religioso o medio de la propaganda
del poder imperial. Las teselas, las péquelas piedras que se utilizaban para
confeccionar el mosaico, eran de dos tipos: unas cúbicas y todas iguales para
el relleno, y otras distintas para los contornos, elaboradas con mármol de
colores o con barro cocido y policromado
con pasta de vidrio, lo que producía un colorido muy definido y una calidad cromática
muy vistosa. Las composiciones representan figuras aisladas entre sí,
repitiendo esquemas de forma monótona, siendo la más conocida la de la Iglesia
de San Vital de Rávena, en Italia.
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Comitiva de Teodora, en San Vital. |
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Icono de Cristo del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí |
Por su parte, los iconos bizantinos
consistían en una imagen religiosa pintada sobre una tabla que se dedicaba al
culto de los fieles por el santo u otra representación hacia la que sintiese
una devoción especial. El soporte era de madera sobre el que se extendía una
tela de lino impregnada de una preparación de yeso en varias capas en las que
se delineaba la imagen con un punzón. Posteriormente se aplicaban los colores,
creando las líneas, los fondos y las luces y sombras, barnizándose todo al
concluirlo para resguardar la obra. Para los artistas bizantinos los colores
poseían una gran simbología, por ejemplo, el oro representaba todo lo divino,
por lo que se utilizaba normalmente para el relleno del fondo creando una
atmósfera áurea y gloriosa; el azul y el blanco significaban el vuelo del alma
hacia Dios y el desprendimiento de todo lo humano; el rojo simboliza el amor y
el sacrificio; el verde la renovación espiritual, y el marrón la pobreza y la
humildad.
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Icono del Monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí |
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El evangelista San Lucas en una pintura sobre pergamino, siglo X. |
La figura humana fue vedada por la iglesia
de oriente ya que los sacerdotes se oponían a que se representaran tanto
escenas como personajes sagrados, de ahí los dos periodos iconoclastas que
acabaron con casi todas las obras, cuando el emperador León III ordenó la
destrucción de los iconos, pinturas, mosaicos o cualquier otra representación
artística donde apareciera la figura humana, salvándose, como ya hemos dicho,
solo aquellas creaciones que estaban fuera del ámbito de poder del emperador,
como ocurrió con la zona italiana. Por ello, a pesar de que los artistas
bizantinos sabían trabajar perfectamente las técnicas clásicas como la ilusión
de espacio tridimensional, los juegos de luces y sombras, la insinuación del
cuerpo a través de la ropa, etc., tuvieron que aceptar las nuevas normas y
representar la figura humana, no como una presencia física tangible, sino como
una simple abstracción por medio de diseños planos en espacios reducidos, sin
perspectiva, sólo como algo representativo o mecánico.
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Pantokrator de la catedral de Cefalú. |
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