ESPEJOS A RAS DE SUELO: Retos, por María Elena Picó Cruzans


         Estas palabras quiero dedicarlas a las mujeres. Y en especial a las que compartimos el Círculo en Piedralaves este pasado mes de septiembre. A María, Estrella, Alicia, Julia, Isabel, Concha, Amaya, Elena, Inma, Fabiola, Alejandra, Mercedes y Úrsula.


Clara Garnes

         En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

         -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

                   Cervantes, Don Quijote de la Mancha, cap. VIII, 1ª Parte

Estas palabras de don Quijote son las que Javier Alamán, profesor de Educación Visual y Plástica de mi instituto, ha seleccionado para encabezar este inicio de curso. Las leo, sonriente, en los paneles de la escalera de acceso a la primera planta, y me deleito con los dibujos que los alumnos de 3º de la ESO hicieron el año pasado y ahora nos obsequian. Algunas de estas imágenes van a acompañarnos en este artículo. 


Cristina Cano

El Quijote es uno de esos libros que pueden considerarse sagrados: puedes abrirlo por cualquiera de sus páginas y encontrarte con aquello que te falta o aquello que te sobra.

Yo he decidido dejarme acompañar por esta frase en mis próximos escritos. Me parece una sugerente invitación para este momento de inicios: “La fortuna va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear”.

Don Quijote es sin duda un caballero de grandes retos.



El reto del olvido

Damián Pérez

         “Olvida lo que acabo de decirte.”

         Curiosa frase.

         Sé de buena tinta lo fácil que resulta olvidar dónde reside guardado el recibo que buscas, la fecha de la reunión, el pañuelo azul con flores blancas o el nombre de alguien, incluso cercano a ti.

         No se trata del olvido masculino de las cosas que nos gustan (a las mujeres). Quizá nunca lo supieron. Sí, sí, ya sé que las generalizaciones conforman el listado de falacias argumentativas, pero no me resisto a las imágenes que me asisten en la vida o que me otorgan espacio de escepticismo y espíritu gregario. Por qué siniestra razón iba a negarme a mí misma, en un extraño desdoble esquizofrénico, la posibilidad de transcribir en palabras aquello que la lluvia ha dejado en mi repisa.

         Vuelvo al olvido.

         A pesar de las acusaciones que damos habitualmente a la memoria a la que acusamos de díscola y promiscua, resulta más fácil para nuestros cerebros añadir información nueva que borrar la que ya se tiene. El olvido, pues, no es un barrido; el olvido es un lugar donde lo escuchado o aprendido o vivido habita ajeno. El olvido no es un lugar que no existe. Podemos volver atrás, pero no podemos desandar el camino ya recorrido.

         Mi madre convivió durante los últimos años de su vida, y durante algunos años de la nuestra: la de mi padre, mis hermanos, mis cuñados y la de algunas personas queridas, con el olvido. Quizá hubiera sido todo un éxito decirle a mi madre: “Olvida lo que acabo de decirte”, porque es una forma eficaz de mantener el recuerdo. De esta manera queda fijado en la memoria aquello que te invitan a olvidar. Aunque me temo que el olvido es un lugar que existe ajeno a nuestra voluntad consciente.

         Mi madre solía llevarse nuestros nombres y algunas cosas de la casa a ese lugar donde habitaba ajena.

         No puedo olvidar o no olvidar. 

         Es paradójico invitar a alguien al olvido. Es como obligarle a ser espontáneo. La invitación al olvido es una provocación de eterna memoria.

         A veces viajo a ese lugar.

         Allí hay personas a las que nunca les pilla una tormenta sin paraguas.

         Personas que nunca se mojan los zapatos.

         Y hay personas que regresan a sus casas con las ropas empapadas arrastrando un perro que acaba de saltar sobre un charco.

         Hay personas que piden las subvenciones a tiempo y esperan silenciosos.

         Y hay personas que nunca aciertan con el tamaño de los tacones.

         El lugar donde habita el olvido no es distinto al que transita la memoria. Sólo que, cuando vives en el olvido, nadie puede decirte: “Olvida lo que acabo de decirte”.

         Cuando somos “hijos del olvido”, como dice María Colodrón, podemos sentirnos en deuda con él como con nuestra madre, y lo visitamos anhelantes de caricias; podemos sentir, como niños, que ése es nuestro lugar seguro. No es fácil sentir que el vientre que tienes bajo tus manos es tu propio vientre. No es fácil reconocer en tu camino el lugar seguro.


         
El reto de las cosas que sobran

Inés Carreres

En una ocasión les pedí a mis alumnos que escribieran sobre las cosas que nos sobran y dónde les gustaría dejarlas. El reto lo aceptaron con la condición de que yo también lo hiciera. Y ambas partes aceptamos el reto. Éstas fueron mis palabras:

         Se me pide que escriba sobre las cosas que me sobran. Y eso me cuesta. Me cuesta soltar las cosas, aunque sean las que me sobran. Pero ahora voy a hacerlo. Recojo todas esas cosas y las meto en una pequeña mochila. Por fin he decidido llevarlas a algún lugar lejano o cercano; allí donde realmente pertenecen.

 Lo primero que decido soltar es el cansancio, ése que se acumula a menudo en las comisuras de los labios y en los pliegues de las articulaciones; es el cansancio de los desvelos en la noche y de las tareas pendientes; es el cansancio de no aceptar la rendición. He decidido coger mi bici e irme al río. Allí dejaré el cansancio para que el agua fría e incesante lo acoja y lo lleve hasta el mar o al seno de alguna lechuga.

Luego cogeré algunas dudas que también quisiera soltar. No quiero desprenderme para siempre de ellas porque las dudas y las preguntas me acompañan en el camino hacia las respuestas y las certezas. Así que dejaré mis dudas en algún separador de páginas, de esos que adquiero en lugares bonitos que habito o visito. Es posible que cuando retome ese libro en algún momento inesperado en el que se confunden las coincidencias y las sincronías, la duda ya se haya transformado en certeza por contagio con la vida y las palabras. 

En tercer lugar, quiero desprenderme de los kilos que me sobran. Es curioso pero me cuesta hacerlo. Aún no sé si puedo. Me confundo entre los deseos y los anhelos. Me confundo en el silencio de las tumbas sin nombre. Los dejaré en el mar. El mar lo acoge. El mar tiende lazos y nombra. El mar no atiende a lágrimas ni súplicas: sólo toma los destinos, sin preguntas ni juicios, sin abrazos ni consejos.

         Lo que me sobra sin duda son los ruidos. Quiero depositarlos en una cajita de metal hermética y enterrarlos bajo tierra. No sé muy bien qué hacer con ellos. Es una lucha.

         Y, por último, quiero soltar todas las explicaciones. Las guardaré en una libreta de notas para que un día se conviertan en metáforas para así poder vivirlas y entenderlas. Les daré voz, pero será otro día.

         Les dije a mis alumnos que para tener éxito en esta empresa se requería tener en cuenta que el lugar que busquemos para las cosas que nos sobran pueda acogerlas sin juicios. De manera contraria, volverían a nosotros, que es donde conectan con el anhelo, que, en su fantasía, aún puede ser satisfecho. También les sugerí que guardaran la llave del reencuentro porque los aceros construyen puentes y forjan espadas.


El reto de ser

Eva Ibáñez

Los puntos que forjan nuestra figura son atravesados por multitud de líneas, y nuestra identidad o nuestra esencia se mueve oscilante entre todas ellas. A veces el movimiento nos asusta y nos aferramos a las ramas que se dejan caer en el río para que no nos arrastre la corriente no se sabe dónde. Sobrevivimos. O no. Se trata de un impulso humano de encontrar seguridad donde se está amarrado. Es entonces cuando identificamos nuestro ser en lo que hacemos, en lo que decidimos, en lo que tenemos, en los kilos que sobrellevamos, en las lágrimas que derramamos, en el sufrimiento que acarreamos, en los logros y/o fracasos de nuestros hijos, en lo que demostramos o lo que merecemos, en lo que sabemos, en lo que leemos, en lo lejos y/o narcótico de lo que viajamos, en lo que nos enfrentamos o luchamos… Y alguna vez, regresamos al Paraíso a plantarle cara a Dios y le decimos: “soy lo que soy”. Cuesta asentir a que nuestra “esencia”, eso que consideramos tan válido e insustituible en nosotros, no es más que un “accidente” transmutado. Y que nuestro “ser” no hace más que transmutarse. Quizá por eso son las serpientes las que nos acompañan en los procesos.



la voz de Salomé

     ¡Ah! He besado tu boca, Iokanaán,

     he besado tu boca. Tus labios tenían

     un amargo sabor. ¿Era el sabor de la sangre?

     Tal vez era el sabor del amor.

     Dicen que el sabor del amor es amargo.

     Pero, ¿qué importa? ¿Qué importa?

     He besado tu boca, Iokanaán, he besado tu boca.

Un rayo de luna ilumina a Salomé.

Herodes (volviéndose y viendo a Salomé)

     Matad a esa mujer.

Los soldados avanzan y aplastan bajo sus escudos a Salomé, hija de Herodías, princesa de Judea.

                        Salomé, Óscar Wilde




El reto del camino.

         

Conocer o no el camino no siempre importa, mientras se transita.



         Cuando iba a celebrarse la boda con el hijo del rey, llegaron las dos hermanastras, que querían congraciarse con ella y participar de su felicidad. Al dirigirse los novios a la iglesia, la mayor se colocó a su derecha, y la pequeña, a la izquierda, pero entonces las palomas le sacaron a cada una un ojo. Luego, cuando salieron de la iglesia, la mayor estaba a su izquierda, y la pequeña, a su derecha, y entonces las palomas le sacaron a cada una el otro ojo, y así fueron castigadas a quedarse ciegas durante toda la vida, por malas y falsas…

                                      La Cenicienta, Cuento Popular



         Hay retos que nos llevan a la búsqueda de lugares seguros, y retos que nos llevan a la renuncia del anhelo del lugar seguro.



El reto de ser mujer


         Soy una mujer.

         En mi sangre navegan lágrimas ancestrales.

         Puedo asomar mi alma a los páramos descarnados de la maternidad. Y ahogarme en el plasma de tantas gestaciones de niños perdidos, desfallecidos en la inanición y abandonados en la ausencia de miradas y caricias.

         Puedo mirar mi suerte y mi castigo.

         Mirar la vida en las pupilas de la muerte, y llevar el desafío de mantenerse en la vida aunque me duela la muerte.

         ¿Cuántos retos acechan mi alma?



         Alrededor del palacio comenzó a crecer un gran seto de espinos que cada día se hacía más grande, y finalmente cubrió todo el palacio y creció por encima de él, de tal forma que no se podía ver nada de él, ni siquiera la bandera del tejado. Por el país corrió la leyenda de la Bella Durmiente del Bosque, que así llamaban a la hija del rey, de tal manera que de tiempo en tiempo llegaban los hijos de reyes y querían penetrar en el castillo a través del seto. Pero no era posible, pues las espinas los sujetaban como si tuvieran manos, y los jóvenes se quedaban allí prendidos, no se podían librar y morían de una muerte atroz.

                            La Bella Durmiente del Bosque, Cuento Popular



         Soy una mujer.

         Puedo permanecer a tu lado en el dolor, sólo con mi silencio, sin silenciarlo a él, sin amordazarme a él; sin querer diluirlo para no diluirme.

         Puedo dolerme contigo, sin razones.

         Y también puedo ofrecer espacios de luz; abrir las ventanas atrancadas y correr los cerrojos de las puertas. Puedo compartir contigo mis caminos transitados y las cuerdas de mis pozos.

         Puedo ser puta y madre.

         Puede ser fiel y libre.

         Puedo tomar la savia de la vida sin que la hiel haya envenenado mi sangre antes; sin que antes otros se hayan anegado en sus culpas. 

         Puedo buscar lo perfecto sin rendirme en el fracaso.



         …Y se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. Cogió una y, pensando que más adentro las habría más hermosas, cada vez se internaba más en el bosque. El lobo, en cambio, se fue directamente a casa de la abuela y llamó a la puerta…

                                      Caperucita Roja, Cuento Popular


Puedo no condenar mis deseos por no subyugarse anhelos.

Me dejo habitar por logros y fracasos.         

Soy una mujer.

Puedo rendirme al reto de dar la vida y la muerte. Y perder mi virginidad en el encuentro. Y también puedo nutrirme con mi propio amor; regalarme la abundancia del regalo de la vida.


El amor es un regalo del cielo…

Puedo no escatimarme caricias.

Puedo reconciliarme con las lealtades para no fragmentarme. Y puedo recomponer mis fragmentos aunque haya piezas perdidas.

Puedo ser leal y libre.

Puedo sentir amores platónicos que me encarcelen en fantasmas. Y puedo también zambullirme en el éxtasis. Puedo reírme con el otro, sin distancias, dejando que mi piel sea el testigo. Y sin perderme, sentir la tibieza de la esta pérdida. Puedo sentirme pequeña y poderosa. Estar sin perderme. Estar sin perder al otro.



-Llévate la niña al bosque, no quiero verla nunca más ante mis ojos. Mátala, y como prueba tráeme los pulmones y el hígado.

El cazador obedeció y se la llevó de allí, y cuando ya había sacado el cuchillo de monte y quería agujerear con él el inocente corazón de Blancanieves, esta comenzó a llorar y prometió:

-¡Ay, querido cazador, yo me internaré corriendo en el bosque salvaje y no regresaré nunca más a casa!

Como era tan hermosa, el cazador se compadeció y dijo:

         -Está bien, vete, pobre niña…

                                      Blancanieves, Cuento Popular



Puedo naufragar en las dudas y encontrarme con piratas.

Puedo liberar las voces cautivas aunque la melodía sea disonante. Quitar diques a rugidos y cánticos. Dejar que el agua corra por las ramblas en los días de copiosa lluvia, arrastrando ramas y escombros.

Puedo caminar descalza por la nieve, y sentir la calidez del lugar seguro. Puedo mirar lo que sí quiero sin enterrar lo que no quiero.

Los caminos que me llevan los circundan traiciones.

Puedo ser leona y madre.

Puedo dejarme “merecer” la vida. 

Así. Sin más. 

Sin esconder ni abanderar que soy hija del olvido.


Diego Gil

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