JUGUETES: ¡Pobre Alicia!, por Wendy


Cuando sonó el teléfono del despacho, Pat se sobresaltó porque, según decía su padre: “si llaman al fijo o es para vendernos algo o por un motivo más serio,” y ninguna de las dos cosas parecía demasiado buena, pero aún así decidió cogerlo porque papá estaba en la cocina con Carmen discutiendo sobre cómo cocinar un pescado de nombre muy raro y, seguramente, de sabor asqueroso. “¿Síii?” Preguntó muy seria y concentrada en esquivar los intentos de Cano de hacerse con el cable. “Pat, ¿está papá en casa?” Le sorprendió escuchar la voz de Enrique a aquellas horas y comenzó a preocuparse. “Está haciendo la cena.” Respondió ella un poco nerviosa. “Anda, guapa, dile que se ponga.” Y Pat voló hacia la cocina para avisarle. 
Las dos hermanas observaron toda la conversación muy calladas y bastante preocupadas, sobre todo por la cara que se le iba quedando a papá quien prácticamente no dijo nada en todo el rato y sólo soltó dos monosílabos y una última frase antes de colgar: “No te preocupes, esta misma noche vamos.” Y se volvió hacia ellas ordenando: “Andando, Carmen, guarda todo lo de la cocina y mete el rape en la nevera, ya lo cocinaremos mañana.” “¿Qué ocurre, papá?” Preguntó Carmen visiblemente inquieta. “Se ha muerto el padre de Alicia y nos vamos a la ciudad.” Carmen obedeció sin decir nada más y papá subió rápidamente las escaleras hacia su habitación quedándose Pat bastante confundida acariciando la cabecita de Cano que tampoco entendía nada de todo aquello. 
“¿Y dónde vamos a dormir?” Preguntó Pat al cabo de un rato a su hermana mientras la observaba trajinar en la cocina. “¿Pues dónde va a ser, tonta?, en casa la abuela Carmen.” “Pero… - y miró al reloj que colgaba sobre los azulejos – si ya son casi las ocho y media, cuando lleguemos allí, la abuela ya estará durmiendo, no ves que se acuesta muy temprano…” Carmen puso cara de hermana mayor y suspiró como rogando paciencia. “Tranquila, ya le habrá llamado papá y seguro que nos espera para cenar. A las diez ya estaremos allí.” Pat guardó unos segundos de silencio para reflexionar sobre aquello, pero pronto volvió a preguntar. “¿Y mañana no iremos al cole?” “Pues no, si se ha muerto el padre de Alicia, tendremos que ir al entierro, ¿no te parece?” Cano entró a la cocina con una pelota en la boca y miró primero a una y luego a la otra, pero nadie le hizo caso, así que se volvió a marchar con la cola un poco decaída. “Pero, si no conocemos a ese señor…” Carmen se volvió ya casi al borde de la desesperación. “Pero era el padre de la novia de nuestro hermano, ¿te parece bien que la dejemos sola ahora que estará tan triste?” Y Pat se encogió de hombros y se largó a la salita donde Cano se había tumbado sobre el sofá con cara de aburrimiento, lo que provocó el enfado de papá quien, desde arriba de la escalera, gritó: “¡Cano, baja del sofá!” Y la bola peluda dio un salto asustado y con las orejas agachadas, seguidamente ordenó a Pat: “Llévalo a casa de tu amiga Merche y pídele que lo cuide hasta mañana.”
“¿Qué era muy viejo?” Preguntó Merche visiblemente interesada en lo que le había contado Pat. “Pues no lo sé, yo no lo he visto nunca.” Merche puso cara de pena. “¡Pobre Alicia, estará muy triste, ¿te imaginas?” Y Pat miró con enojo a su amiga porque a qué venía aquello de Alicia en aquel momento… “A mí Alicia me importaba un pimiento.” Respondió Pat furiosa, pero Merche la miró atónita. “¿Por qué la odias tanto?... Si ella te quiere mucho, siempre te trae regalos y te trata muy bien. ¡Ya me gustaría a mí que mi hermano tuviese una novia así, pero ese…” “¡Pues si la tanto te gusta, te la regalo!” Respondió la otra visiblemente enfadad, seguidamente se dio media vuelta y dijo: “Ahí te dejo a Cano, mañana vendré a por él.” Y salió dando un portazo.
Cuando llegaron a casa de la abuela Carmen les esperaba una cena inmensa, como un banquete, y es que siempre que iban allí la buena mujer “hacía comida como para un ejército”, como decía papá, pero lo curioso es que la abuela Carmen no debía de comer mucho porque era una mujer pequeñita y delgadita y siempre estaba moviéndose de un lado para otro sin poder estarse quieta ni un minuto. La abuela Carmen era la madre de la mamá de Pat y, claro, tenía cierto parecido a la imagen de las fotos que hay por toda la casa, pero bastante más vieja… ¡Pero la abuela Carmen le caía tan bien! Siempre le hacía reír y le contaba unas historias increíbles que le transportaban al mundo de la fantasía, ¡eran fabulosas!, tanto que cuando Pat fuera una escritora famosa las recopilaría todas y haría con ellas un libro de cuentos que se vendería por todo el mundo. 
Papá se marchó nada más cenar para algo llamado velatorio, aunque Pat sabía con seguridad que era para consolar a la tonta de Alicia y eso le dio algo de rabia, porque si era por eso, ella también había perdido a su mamá… pero claro, hacía ya unos años y, la verdad, ella no la recordaba mucho ni estaba triste por ello…


Carmen también quería ir, pero papá le dijo que no, que mejor se quedaba con Pat y la abuela y ya irían al entierro al día siguiente. La abuela les había preparado la habitación que tanto les gustaba, la misma donde había dormido mamá cuando vivía con ella, antes de casarse y todo eso, y la ñoña de Carmen siempre se emocionaba cuando se quedaban allí y se dormía lloriqueando abrazada a una muñeca que la abuela decía que había sido la preferida de mamá, sin embargo, aquel día comenzó a llorar más pronto, mientras estaban viendo una peli en la tele y Carmen y la abuela no la dejaban escuchar nada porque no paraban de charlar sobre cosas de esas serias que a Pat le traían sin cuidado, pero en un momento la abuela dio un suspiro y dijo: “Si, hija, sí, perder a alguien querido es muy triste, pero, ya ves, todo pasa, todo pasa con el tiempo…” Y allá que se echaron las dos a soltar lagrimones a moco tendido. “¿Pero qué os pasa?” Les preguntó Pat mirándolas como si estuvieran chifladas. Y la abuela la cogió y, tras darle un sonoro beso de los suyos, le dijo acariciándole el pelo: “Nada, bonita… ya lo entenderás, ya lo entenderás…” Y es que la abuela casi siempre lo repetía todo dos veces.
Papá ya estaba en la cocina cuando despertaron por la mañana, ¡y también Enrique!, aunque un poco serio y sin ganas de jugar, pues sólo le dio un pequeño achuchón y un beso. Carmen se le abrazó y volvió a llorar, ¡la muy sosa! “¡Pobre Alicia!” Decía entre hipos. “¿Cómo está Alicia?” Y el hermano la consolaba como si fuera a ella a quien se le hubiera muerto el padre, ¡y es que no tiene remedio!… Papá les hizo vestirse como si fuera domingo y se fueron todos juntos, incluida la abuela, hacia una iglesia que estaba bastante lejos, porque tardaron una eternidad en llegar. Y cuando lo hicieron, aquello daba pena: toda la gente tan triste y oscura, y unas señoras decían: “¡Con lo joven que era, pobrecito!” Y eso Pat no lo entendía porque muy joven no debería ser si era el padre de Alicia que por lo menos, por lo menos, tendría dieciocho años…
Y entonces llegaron unos coches y toda la gente se calló y Enrique salió disparado hacia uno, abrió una puerta y apareció Alicia, toda oscura, con los ojos rojos y le sonrió con mucha tristeza mientras él le deba un beso y la abrazaba cariñosamente. Luego apareció una mujer más mayor, también muy apenada, que seguramente sería su madre, pero no parecía muy vieja… “¡A ver si iban a tener razón las señoras de antes!”… Y acto seguido papá les hizo acercarse: Carmen a lo suyo, llorando como si no supiera hacer otra cosa y Pat pensó: “¡Pues sí que va a consolar bien ésta.” Porque ella, para alegrar un poco a toda esta gente que estaba tan triste, pensaba sonreír todo el rato, pero, sin embargo, algo raro le debía ocurrir porque no podía y mucho menos cuando Alicia se le abalanzó y comenzó a gimotear estrujándola: “¡Ay, mi niña, mi niña también ha venido!” Y entonces, sin podérselo explicar, también ella se echó a llorar como una simplona.


Alicia ya no le soltó de la mano, pero ella se dejó llevar y pasó todo el funeral sentada a su lado y cada vez que la veía llorar, se apretaba a su brazo y la otra le devolvía una sonrisa muy triste, pero llena de agradecimiento y Pat la miraba y sentía mucha pena, tanta, que sin saber de dónde había salido, se le puso una bola en la garganta que no la dejaba ni respirar.
Al regresar a casa, papá la envió a por Canó y le repitió mil veces que le diese las gracias a los padres de Merche, como si ella fuese tonta, pero sin embargo se olvidó de hacerlo porque tenía algo muy importante que decirle a su amiga y lo hizo nada más que aquella le abrió la puerta: “¿Sabes, Merche?, Alicia ya no me parece tan tonta.” Y Merche sonrió como diciendo: “Ya lo sabía.”
Por el camino de vuelta fue meditando y llegó a una conclusión que le pareció muy buena: “¿Sabes, Cano?, Ya tenemos algo en común con Alicia…” Pero al perrito no pareció muy importante y se limitó a levantar una patita y dejar caer unas cuantas gotitas de pipí sobre el poste de una farola. “Es triste perder a quien se quiere, ¿verdad?” Pero Cano continuó como si nada su camino moviendo alegremente el rabo de un lado para otro.


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