ESCRITOS DE MI MEMORIA: La llamada, por Carmen Tomás Asensio
Tengo que disculparme por el tema que voy
a tratar. No es mi “estilo”, si es que tengo algún etilo propio. Pero sí puedo asegurar
que es la primera vez que escribo y describo algo que siempre he evitado. Pero
he sido la protagonista de esta aventura y pienso que muchas personas pueden
sentirse retratadas. Es una cosa natural y le puede suceder a cualquiera…
Y, en definitiva, me sucedió a mí y lo
cuento.
Tengo problemas intestinales. Suelo
ayudarme, para ir al baño, con infusiones, granulados, etcétera.
El especialista me dio unos consejos que
procuro cumplir:
1.
Atender
la “llamada”.
2.
Cuidar
la alimentación (verduras, frutas…).
3.
Beber
mucha agua.
4.
Hacer
ejercicio (caminar).
Pero lo primero,
siempre, es atender la “llamada”.
Aquel día tenía visita con el oculista. Me
pasé allí mucho tiempo y tenía unos recados que hacer, antes de regresar a
casa. El primero ir a una Caja de Ahorros, unas consultas, papeles y sacar
dinero que necesitaba.
Cuando llegué a la Caja, no me pareció que
hubiese mucha gente y pensé que terminaría enseguida. Me equivoqué. Esa poca
gente llevaba un montón de documentos (declaraciones de renta) y aquello se hacía
interminable.
Podría haberme ido y dejar mi gestión para
otro día (eso si hubiera sabido que iban a tardar tanto), pero cada vez que
recogían unos papeles, yo pensaba que eran los últimos.
Ya
que estoy… No pueden demorarse mucho.
Pero sí, se demoraron.
Al final pude acercarme a la ventanilla y
mi gestión fue rápida, pero… aquí sentí la “llamada”. Mis problemas
intestinales no tenían tanta paciencia como yo.
Pregunté a la señorita de la ventanilla
por los servicios.
- Pregunte
al guarda jurado, me dijo.
Pregunté. El
guarda fue muy amable.
- Suba
por esta escalera. Entre el primero y el segundo piso hay una puerta. Allí
están.
Cuando vi la escalera me puse a sudar. Era
empinada y apenas una barandilla en el aire. Muy moderna. Insegura para mí.
- No me atrevo a subir – le dije al guarda
con la esperanza de que me ofreciera un invisible ascensor.
- Los
siento, señora.
– Me dijo.
Salía a la calle
con una idea fija: Tengo que entrar en un
bar.
Encontré uno.
Era estrecho y largo y, excepto los
señores de la barra, estaba completamente vacío. Me pareció violento entrar y
pasé de largo. Mi urgencia era, a cada momento, más apremiante.
Se me encendió una luz en la mente: el
Centro Aragonés. Estaba cerca y tiene servicios en todos los pisos. Y ascensor.
Podía resistir, no había problema.
Lo de “cerca” fue muy optimista. Se me
hizo interminable el camino.
Atravesé el vestíbulo recién encerado y
con miedo a resbalar. El ascensor a punto. Arriba.
Primero piso. Secretaría… Cerrada. No hay problema, nadie me ha quitado el
ascensor. Segundo piso. Cafetería y restaurante. En la puerta un letrero: “Cerrado por descanso del personal.”
Tercer piso. Salón de escudos. Cerrado por las mañanas. Tarde, clases de jotas.
No
me voy a desfondar ahora, ¿verdad? El Corte Inglés está al otro lado de la
calle. Supongo que debo tener la cara de color verde oliva y ya tengo
dificultades para caminar. Pero aguanto.
Primer piso. ¿Y los servicios?... Llenos hasta el pasillo. Una señora con su
hija dice: Mejor subir al segundo, que no
hay tanta aglomeración. Pienso que es buena idea y me voy a buscar la
escalera mecánica. Hay una valla protectora y dos mecánicos la están
arreglando.
Ahora
sí que estoy al borde de que me dé “algo”.
Busco otra escalera que está al otro
extremo de la planta y subo al segundo piso. En el servicio hay unas cintas de
papel cruzadas en la puerta. “Estamos de
reparación. Acudan a otra planta. Disculpen las molestias. Gracias.” Tercer
piso. Un carrito de limpieza atravesado en la puerta. “Estamos limpiando.” Para este momento yo ya estoy verdaderamente
mal.
Veo el servicio de las chicas dependientas
y me cuelo allí, ante las protestas de las señoras de la limpieza y de las
chicas que se encuentran fumando dentro de su lugar privado.
¡Madre
mía! ¡Qué alivio!
Me acuerdo de la recomendación de mi especialista: ATENDER LA LLAMADA.
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